En Aporística, Francisco M. Ortega reúne un torrente de aforismos que destilan la paradoja y la tensión inherente a la condición humana. Desde la declaración inaugural “La primera rebeldía contra el mundo es saber” hasta la sentencia que cierra el volumen (“El aforismo … la provocación del pensamiento …”), el libro traza un recorrido que invita al lector a detenerse en cada fragmento como si contemplara un fractal de la experiencia. Ortega organiza sus más de seiscientas máximas sin necesidad de orden temático, conformando un entramado donde el conocimiento, el lenguaje, el amor y la muerte aparecen una y otra vez bajo distintos matices, tal como sucede en la frase “Quien nada siente nada ama” o en la reversión conceptualmente afín “El amor siempre nos desentraña ante los demás”.
El lenguaje en Aporística se perfila por la economía de las palabras y el apunte aforístico de alto voltaje, trazando conceptos con la agudeza de un bisturí: “La vida nos anestesia con su belleza” o “El infinito es un número que no termina en sí mismo” son ejemplos de la densidad semántica que Ortega logra en apenas unos pocos términos. Esta concentración de sentido emula un tiroteo de ideas en ráfaga, pensado para interrumpir la rutina mental del lector y obligarle a reconsiderar conceptos que creía dominados.
El libro es, en buena medida, un reflejo del pensamiento fragmentario de la era digital: “La gente parece no darse cuenta de que su yo social está atrapado en un algoritmo” o “Somos un sustrato bajo millones de datos” denuncian la alienación contemporánea, mientras que “Sabio es quien conoce todo aquello que, al buscar, no se puede encontrar en Internet”, reivindica la sabiduría que escapa a la inmediatez informativa. Este entrecruzamiento de introspección y crítica social refuerza el carácter multidimensional del aforismo, que en Aporística actúa a la vez como espejo y piedra arrojadiza.
Sin embargo, la acumulación masiva de máximas en ocasiones diluye el impacto individual de cada una. Títulos y sentencias se repiten, como la idea de que “El derroche material arruina el espíritu” que surge en dos ocasiones casi idénticas, lo que puede dar sensación de eco excesivo o de estructura no depurada. Si bien la reiteración forma parte del género aforístico —reforzar un núcleo semántico—, el lector exige moderar las repeticiones para no perder el pulso reflexivo.
Otro acierto de Ortega es la musicalidad y la potencia metafórica: “El destino es un escalofrío”, “La ternura es un sentimiento que necesita expansibilidad” o “La memoria es dar una oportunidad a todo aquello que no, necesariamente, tenía que morir” revelan una imaginación plástica y sonora que eleva el aforismo a fragmento literario. Estas imágenes consiguen que el pensamiento abstracto se convierta en experiencia táctil y emocional, condicionando al lector a abrazar la reflexión con la misma intensidad de quien contempla una obra de arte.
El volumen, maquetado con abundantes espacios en blanco y asteriscos, propone lecturas intermitentes, idóneas para momentos de espera o reflexión rápida. Esa disposición gráfica refuerza el carácter intermitente del género, aunque en algunas fases el exceso de intersticios favorece la sensación de dispersión. En cualquier caso, Aporística cumple la misión de hacer del aforismo un “titular periodístico del pensamiento” que obliga a detenerse, releer y, con suerte, conmoverse.
En definitiva, Aporística es una invitación a habitar la paradoja: un libro que, pese a su fragmentación, preserva una voz coherente y afilada, capaz de diseccionar la realidad y la subjetividad con la ligereza de un dardo. Sus virtudes son la intensidad léxica, la incursión en temas universales y la capacidad de sacudir la rutina mental; sus retos, la gestión de la redundancia y el equilibrio entre cantidad y la resonancia de cada aforismo. En conjunto, se trata de una obra ambiciosa que reivindica el poder condensado del pensamiento y desafía al lector a encontrar en cada sentencia el reflejo de su propia experiencia.
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